lunes, 15 de noviembre de 2010

Sobre Rodolfo Walsh I

REPORTAJE PUBLICO A ENRIQUETA MUÑIZ – 1993

Es difícil librarse de un duende,  por Gabriel J. García (1996)

La tradición de Irlanda es pródiga en cuentos de duendes, personajes que no son ni buenos ni malos, sólo duendes. En una charla brindada por la periodista Enriqueta Muñiz a los alumnos del Taller Escuela Agencia (TEA), una noche de 1993 en Buenos Aires, hubo algo de aquella tradición del Eire y del Ulster.

Primera parte: La persona y los hechos

Enriqueta Muñiz, solo un poco mas joven...
Enriqueta Muñiz tiene el mérito de haber sido la colaboradora de Rodolfo J. Walsh en la investigación que culminó con el libro Operación Masacre, que describe lo sucedido el 9 de junio de 1956, cuando la policía provincial de Buenos Aires fusiló a doce civiles en un basural de José León Suárez. En el prólogo de la tercera edición, Walsh expone a Muñiz al público: “Pero he tenido más suerte todavía. Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se llama Enriqueta Muñiz, se juega entera. (...)(En ella) encontré esa seguridad, valor, inteligencia que me parecían tan rarificados a mi alrededor”.
   Muñiz comenzó diciendo: “Hay muchas viudas de Rodolfo Walsh”, quizás con la pretensión de no ser una más, para luego aclarar: “Creo que Operación Masacre le pertenece íntegramente a Rodolfo, y mi intención es que los periodistas jóvenes tengan un idea objetiva de lo que pasó”. Aclaración del motivo de su presencia, pero un duende ya se encontraba allí.
   Así como la obra se dividió en tres partes, la charla empezó con un recorrido por los hechos, que puso incómodo a mas de un asistente cada vez que Muñiz decía: “Como Ustedes sabrán, al haber leído el libro...”. Luego comentó que Walsh, por entonces un “periodista cultural”, al tener la punta del asunto le comunicó: “me parece que he encontrado al hombre que mordió al perro”. Esto fue el 18 de diciembre de 1956.
   “Nosotros nos conocíamos –Acotó Muñiz con una tonada española que se acentuaría con el correr de los minutos- porque yo trabajaba con él en la editorial Hachette; éramos dos grandes amigos”.
   Desde del encuentro con la víctima Livraga, la colaboración del doctor Von Kotsch y el “esquive de bulto” de la gran prensa de la época, hasta la publicación de media página en la revista Propósitos, el 23 de diciembre, llegó el turno de explicar el porqué de la investigación: “Lo de Rodolfo fue el deseo absoluto de reparar una injusticia, tenía una postura muy ética ante la vida, y le pareció que esa manera indiscriminada de matar gente necesitaba un castigo”. Muñiz destacó que la premura de Walsh por hacer la denuncia pública fue porque “Cuanta más publicidad tuviera el asunto menos peligro correría su vida, y toda la investigación”.
   Casi al mismo tiempo que Propósitos, de tendencia comunista, en Revolución Nacional, medio dirigido por un peronista-nacionalista, se publicó el reportaje a Livraga, Yo también fui fusilado.
   El duende bailaba por todo el arco político.
   Recuerda Muñiz: “Hasta ese momento no se sabía cuánta gente se había matado, cuántos sobrevivieron; entonces se hizo un rastreo, no sólo por las personas sino a través de la prensa, en hemerotecas”. Y la investigación no se circunscribió a las adustas salas de archivo; el 19 de enero de 1957 los investigadores visitaron el basural: “Un lugar tétrico (...), tierra de nadie (...), muy extraño”. Al día siguiente, en una reunión con Livraga, éste dio la pista de Vicente Rodríguez y Miguel Ángel Giunta, y el 29 se publicó un reportaje a la familia Rodríguez.
   “Nos dividíamos el trabajo –Cuenta Enriqueta Muñiz-, mientras Rodolfo recababa los datos, yo procuraba hablar con los hijos, con la mujer o con algún pariente de las víctimas, trataba de extraer alguna savia humana del tema: Qué pasó, porqué se fue esa noche, etcétera”.
   Hacia febrero de 1957 la Junta Consultiva Provincial del gobierno de facto bonaerense venía tratando los fusilamientos ilegales: “Aquí es donde empezó a corporizarse el tema –Indicó la invitada-; hasta ese momento todo el mundo pensaba que Walsh, como escritor de novelas policiales, había urdido, se había imaginado esta historia”.
   Parece que muy pocos creen realmente en historias de duendes.
   Dos personajes importantes de la época, el dirigente radical Crisólogo Larralde y el capitán naval Francisco Manrique son citados por la periodista como ejemplos de la gente que, a pesar de estar en el candelero político de entonces, no podían dar crédito a lo sucedido.
   En ese tiempo se produjo el encuentro con Horacio Di Chiano, el dueño de la propiedad donde se realizó la detención, y también se logró la aparición de Torres, el inquilino de Di Chiano, quien junto con Troxler y Benavidez se asiló en la embajada de Bolivia.
   El 19 de febrero se publicó La verdad sobre los fusilados, una nota preparada con gran publicidad, y a finales de ese mes y principios de marzo hubo dos contactos importantes: Marcelo Rizzoni, quien aportó datos para ubicar gente, y Edmundo A. Suárez, el hombre que perdió su trabajo por facilitar a los periodistas el Libro de Locutores de la entonces Radio del Estado.
   Muñiz se refirió a Suárez como “Un verdadero héroe”, y relató: “El sacó el libro y yo me fui a una fotocopiadora cercana y copié la hoja; ahí quedó patente que la ley marcial se había promulgado después que la gente había sido detenida”.
   Siempre hay alguien que ayuda a un duende.
   Luego de conseguir esa evidencia se conoció a los familiares de Carranza y Garibotti, una ocasión tremenda que aprovechó a contar Muñiz para referirse al temperamento de Rodolfo Walsh: “Era muy frío periodísticamente, sufriendo por dentro pero calladito, ahí, anotando todo. Yo lo recuerdo trabajando con una dedicación absoluta”.
   El 19 de marzo se publicó una nota recopilatoria en la que apareció la palabra operación; y en abril, la revista Mayoría, de Bruno y Tulio Jacovella, inició una serie de ocho notas. “Allí comenzaron las presiones –Contó Muñiz- Rodolfo tuvo que irse de su casa, y por equivocación fue detenido el periodista Wilfredo Rossi, quien firmaba con las iniciales JWR y por eso lo confundieron con Walsh”.
   A mediados de mayo se vislumbraba la posibilidad de imprimir un libro, cada nota se perfilaba como un capítulo, y había que buscar un nombre para la criatura: “Al principio se habló de Fusilados al amanecer, un título un poco retórico, pero al final quedó Operación Masacre, más redondo”.
   Recién en julio de 1957 los investigadores contactaron al editor Marcelo Sánchez Sorondo, y la primera edición salió en diciembre, a un año de comenzada la ardua tarea, con el subtítulo Un proceso que no ha sido clausurado.

Segunda parte: Las preguntas

Terminada la retrospectiva, la otrora joven periodista se refirió a las motivaciones de su colega mediante conceptos vertidos por éste en un reportaje de 1972; se tomó revancha contra Truman Capote por la paternidad del género de no ficción y calificó a la película de Jorge Cedrón como “bastante olvidable”. A un duende no se lo puede utilizar para otros fines.
   La pregunta de un estudiante a Enriqueta Muñiz por su aparente segundísimo plano es respondida: “Lo cierto es que Rodolfo estaba convencido de que había un poco de peligro en aquel momento y no me quiso involucrar –Y agregó un dato-; nos dimos cuenta que no todos eran víctimas inocentes, de que hubo un soplo, porque no fue de casualidad que apareciera allí el jefe de la policía”.   
      En cuanto al destino de los sobrevivientes, la entrevistada contestó: “Todos huyeron para olvidar, Giunta no quiso hablar más sobre lo sucedido, y Livraga creo que está en los Estados Unidos. Troxler participó en el gobierno de Cámpora y fue asesinado luego por la Triple A. En general, quedó todo como bajo una lápida enorme”.
   Sobre la actitud de los familiares de las víctimas en la investigación, Muñiz destacó que, si bien tenían miedo, querían reivindicarse, que la sociedad no los etiquetara: “Fue confianza humana, no puedo llamarlo de otro modo”.
   El acento castizo que aderezaba la charla hasta ese momento se hizo vacilante cuando la hoy veterana periodista tuvo que responder por su actividad posterior a Operación Masacre. El duende sonreía: “Viajé a Europa, y un poco me desvinculé, aunque quedé en contacto con Rodolfo, amistosamente”. Muñiz tomó coraje y siguió: “Cuando él tomó una línea decidida de militancia yo ya no tenía nada que ver con él; éramos amigos pero no quise trabajar en El caso Satanowsky ni tampoco con lo de Rosendo García, ya que era una especialización que no me interesaba, esa investigación cruenta que el sí siguió manejando”.
   Un novel periodista quiso evaluar los riesgos futuros de su vocación, y la invitada respondió: “Es cierto que hubo algunas presiones, pero después de lo que pasó luego, durante el ‘proceso’, no vale la pena hablar de aquello. Rodolfo consideró mejor ir a ocupar una casita que le prestó un amigo mío (Repreguntas), si, en el Tigre y en otro lado; moverse un poco, no estar siempre en el mismo sitio”. Y agregó una anécdota: “Por ejemplo, todos los originales de Operación masacre los tenía yo. Un día vino la policía, ¡Mi padre casi me mata!; él era una persona absolutamente conservadora, si llegaba a saber en que andaba yo, le hubiera dado un ataque al corazón; Me asusté porque los papeles estaban debajo de mi cama, así que los saqué de allí y los llevé a la casa de una amiga, a quien sigo viendo hoy en día, para que estuvieran seguros hasta su publicación”.
   Sobre el destino de los escritos Muñiz todavía tiene dudas: “No sé si Sánchez Sorondo se los devolvió a Walsh, lo que sí sé es que la primera edición es inencontrable. Había ejemplares en universidades norteamericanas y han desaparecido de allí. Yo tengo uno y no se lo presto a nadie”. Ni siquiera a Horacio Verbitsky: “Vino el otro día a mi trabajo y me dijo: ‘¡Mirá lo que me hacés hacer!’, porque tuvo que pasarse una tarde entera ahí copiando cosas”.
   Todo marchaba bien, pero la presencia del duende se tornaba incontenible. Después de recomendar el trabajo filológico del periodista Roberto Ferro sobre la obra de Walsh, Muñiz tuvo que hablar sobre la etapa de su compañero que menos le gusta, de acuerdo con lo dicho antes y el tono de su discurso: “En el fondo nunca creí demasiado (En la militancia de Walsh), porque con un espíritu libre y una mente súper inteligente, no era hombre de atarse a una ideología”. Lo comparó con el Jean Paul Sartre de 1968 y definió esa actividad como la necesidad de un hombre de jugarse por algo concreto: “Entonces hace prensa clandestina y se mete con ANCLA, con Ongaro, y todo aquel asunto –Y destacó- Lo que fue definitivo fue la muerte de su hija Vicky, que sí era militante, que sí tomó las armas y que murió con ellas en la mano. Rodolfo se sintió en la necesidad, tal como lo conocí, como lo conozco o como creo conocerlo, de decirse: ‘Bueno, yo debo pagar un precio por esto’; de ahí su carta a los comandantes, un texto imperdible en la historia argentina, que fue un suicidio”.
   Ante la avalancha de preguntas posteriores a una para establecer un orden cronológico, Muñiz definió y amplió: “Lo que digo es que la muerte de su hija lo obligó a tomar una posición mucho más radical. Se pudo haber ido, hubo amigos que se lo propusieron, y no se fue, y esperó los acontecimientos que no podían ser otros. A pesar de su militancia, no creo que Rodolfo fuera un peronista convencido; fue un hombre que defendió siempre lo que le pareció justo en el momento indicado, pero con una libertad total que viene de un carácter bien irlandés. Los irlandeses son muchas veces contradictorios, se juegan enteros, se obedecen a sí mismos, pienso”.
   La incontrastable evidencia del duende.
  

Tercera parte: La enseñanza

La vuelta al tema de Operación Masacre hizo que la invitada reaccione, y luego de referirse a su ignorancia respecto de la vida de Fernández Suárez y otras derivaciones de la investigación, a la que consideró clausurada después de la muerte de Walsh, inquirió a los estudiantes con lo que ella llamó un examen de conciencia: “A ver, Ustedes, ¿Cómo hubieran encarado esto?, ¿Se hubieran atrevido a poner la cara, a publicar con su nombre?. Ante el silencio general, disparó: “Porque ése es el valor periodístico de Rodolfo, mas allá del valor literario que tenga su obra; en mi caso –Aclaró- mas que valor fue la inconciencia, porque me parece haber vivido una pesadilla a la que no me podía sustraer.

   O a un duende del que no se puede librar.
   Al tiempo intervino el moderador de la charla, el profesor Sergio Morero, quien a modo de caballero y soporte de la dama desenvainó su espada académica y destacó ese punto a sus alumnos, haciendo referencia a Horacio Verbitsky y su libro Robo para la corona.
   Esa fue la ocasión que aprovechó Enriqueta Muñiz para dictaminar con autoridad de albacea testamentario: “Yo creo que Verbitsky es uno de los grandes periodistas, un poco el heredero de Rodolfo en cuanto a un buen estilo de investigación”, y a los alumnos les testó, con el auxilio de una cita a Umberto Eco: “Ante el bombardeo de noticias, la sociedad crea una capa aisladora; estamos comiendo y vemos a los muertos de Sarajevo, por eso creo que la gran misión del periodismo es desaletargar a la gente, volver a interesarla en la noticia de la misma manera en que los ecologistas hacen tomar conciencia cada vez más”. Y en cuanto a los medios, opinó: “No será sólo el periodismo escrito, el audiovisual menos, por cierto divismo que se interpone en la noticia, pero el radial va a ser más protagónico”.
  

Epílogo

El final quedó reservado para confesiones y consejos: “El (Rodolfo) nunca imaginó que su libro iba a tener tanta repercusión, y que después unos chicos como Ustedes profundizarían en su obra; si se lo hubieran dicho se hubiera echado a reír; tenía una mente deductiva y meticulosa que no le impedía escribir con sensibilidad”. Y los consejos: “Pongan ganas, para investigar, para saber, y luego lo que hay que tener para asumir los riesgos; y corroboren todo, a Rodolfo le horripilaba dejar cabos sueltos”.
   La invitada dijo en algún pasaje de la charla lo que hacía falta para cerrar: “Me cuesta mucho venir y creo que es la primera vez que hablo en público de Operación Masacre, porque me duele muchísimo hacerlo, ya que no está Rodolfo; él vendría y se los contaría con mucho mas humor y mas gracia que yo”.
   Más tarde se supo que tal vez ésta fuera no sólo la primera sino la última vez que Enriqueta Muñiz trataría este tema en público, quizás como un vano intento de librarse de algo que ya se encontraba saltando en las mentes de muchos jóvenes periodistas.

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